Revista Scherzo - Michael Tallium - 2025
El pasado sábado a mediodía, en el Teatro Monumental, se celebró el octavo concierto del XXIX Ciclo de Música de Cámara de la OCRTVE y Los Conciertos de Radio Clásica, un ciclo que, lamentablemente, pasa inadvertido para la mayoría de madrileños. En estos días de lluvia, cabe decir que también llueve sobre mojado cuando se trata de llamar la atención a la institución a la que pertenecen tanto la OCRTVE como Radio Clásica. Parece mentira que teniendo una orquesta de calidad, Radio Televisión Española no haga más por difundir la labor de los músicos que la conforman así como los conciertos que la OCRTVE ofrece durante la temporada. En fin, que uno no va aquí a descubrir el Nuevo Mundo ni a arreglar nada, y menos aún convencer a directivos cuya cultura musical es ridícula, cuando no inexistente.
Vayamos a lo bueno, que el sábado pasado fue primoroso. Un espléndido recital de música de cámara —afortunadamente también retransmitido por Radio Clásica y del que ha quedado registro sonoro; pueden escucharlo hasta el próximo 14 de abril en la web de Radio Clásica— con obras de los compositores alemanes, y coetáneos, Max Bruch y Johannes Brahms. ¡Y qué obras selectas! Ocho piezas para clarinete, violonchelo y piano op. 83 de Bruch y el Trío para clarinete, violonchelo y piano. Para la ocasión se conformó un trío de lujo: el clarinetista Javier Martínez —a quien uno ha visto y escuchado hacer cosas prodigiosas como profesor de la OCRTVE—, el violonchelista Javier Albarés —fino, delicado, musical y, sin duda, virtuoso— y el pianista Jorge Nava, que para quien suscribe fue todo un descubrimiento, porque jamás antes lo había visto tocar en directo… ¡Y cómo toca! Durante el recital demostró ser un extraordinario pianista acompañante y un solista sensacional: discreto, sin alarde virtuosista, eficaz, musical y, al igual que sus compañeros, primoroso.
Max Bruch compuso las Ocho piezas en 1910, es decir, trece años después de la muerte de Brahms y diez años antes de la suya propia a los ochentaidós años. Cada una de las piezas es una joya en sí misma. Javier Martínez, Javier Albarés y Jorge Nava, el trío de las «Tres Jotas», hicieron una magnífica interpretación de todas ellas: un lirismo muy bien conjuntado, cada uno de ellos destacando las voces de su instrumento en una exquisita conversación musical que tuvo su momentos sublimes como en esa fantástica tercera pieza, melancólicamente bella, en la que el hermoso canto inicial del violonchelo de Albarés, puro y elegante romanticismo, abrió el camino para que el clarinete de Martínez cantara con esa delicadeza suya, sonora, etérea. Y los dos arropados por un exigente acompañamiento pianístico, que en las manos de Nava resultó sencillo y claro. ¡Y qué rítmica y melodiosa conjuntación en la séptima pieza Allegro vivace, ma non troppo! El público aplaudió la magnífica interpretación —conjuntada, sin individualidades, prístino trío romántico—, de los tres músicos.
El Trío para clarinete, violonchelo y piano que Brahms compuso para el clarinetista principal de la Orquesta de la Corte de Meiningen, Richard Mühlfeld, consta de cuatro movimientos. Martínez, Albarés y Nava ya habían dado muy buena cuenta de la primera obra del programa, pero es que igualmente en la segunda dejaron clara la excelente calidad de su factura musical. Da igual si se trata de un movimiento rápido o lento. Los tres músicos hicieron patente su maestría, sus armas de artista, desplegando una panoplia de sonoridades románticas y líneas melódicas entrelazadas en una conversación a tres, íntima, profunda, sensible, delicada, armoniosa… en definitiva, crearon eso a lo que todo buen músico aspira: arte sencillamente elevada. El aplauso entusiasta del público al terminar el recital fue correspondido con una propina del “Brahms ruso», perfecta para la ocasión, que presentó el violonchelista Javier Albarés: la Danza fantástica de las Cuatro miniaturas op. 24 de Paul Juon, nacido en Rusia, pero suizo. A ritmo de vals concluyó el estupendo recital sabatino que este trío de músicos ofreció a quienes acudimos al Teatro Monumental. Un privilegio para los oídos, un lujazo para los amantes de la música, un premio para quienes quieran escuchar buena música de cámara. Aún están a tiempo de hacerlo, aunque no sea en directo…
Revista Scherzo - Justo Romero - 2021
El violonchelista valenciano Mariano García y el pianista cántabro de origen boliviano Jorge Nava culminaron el sábado el ciclo integral de las sonatas de Beethoven iniciado el pasado noviembre en el marco propicio del ciclo de cámara del Palau de la Música. En esta ocasión, llegaron las tres últimas sonatas, recreadas con la misma pasión, el mismo empuje, idéntico rigor que entonces. Lejos de cualquier excentricidad o tentación rebuscadora de vacías originalidades, este Beethoven llega casi desadjetivado, empeñado en ser por sí mismo, ajeno incluso a sus propios intérpretes.
Mariano García y Jorge Nava se empeñan y triunfan en su evidente empeño de servir un Beethoven natural, limpio de tentaciones foráneas al propio meollo musical. Tiempos, dinámicas, fraseos, acentos y cualquier mínimo matiz quedan marcados por el preciso y claro sentido musical. Con su virtuosismo instrumental y generosidad artística, ambos solistas hacen fácil lo más difícil. El equilibrio unitario es admirable. “Sonatas para piano y violonchelo” anota Beethoven en el manuscrito, aunque igualmente podría haber escrito “para violonchelo y piano”. Tanto monta, monta tanto… Ambos instrumentos integrados en la unidad del dúo. El protagonismo es absoluto y máximo. En el teclado y en el arco. La sonoridad suntuosa del violonchelo de García concertada con el piano vital y calibrado de Nava. Abrazados en el sentido unitario surgido de la voluntad empática de sus personalidades singulares.
Fue precisamente esta confluyente empatía la tónica de versiones plenas de claridad, sentido estilístico y maestría instrumental y expresiva. De la plenitud expansiva de la Sonata en La mayor a la más compleja introspección de las Opus 102. Después de una pausa obligada por el fastidioso repique de vecinas campanas empeñadas en dar la nota durante todo el recital, llegaron como propina y colofón las últimas tres variaciones de las Doce variaciones sobre el tema ‘Ein Mädchen oder Weibchenn’ de La flauta mágica. opus 66 que Beethoven compone en 1796 sobre el popular Siengspiel mozartiano. Beethoven y Mozart, Papageno y Papagena abrazados sobre un teclado y cuatro cuerdas. ¿Qué mejor?
Revista Scherzo - Justo Romero - 2020
Concertista en plenitud, músico hondo y sensible, solista de violonchelo de la Orquesta de Valencia, Mariano García es uno de los más refinados y dotados instrumentistas surgidos en la Comunitad Valenciana en las últimas décadas. Algo que ha vuelto a poner de relieve en esta nueva actuación, en la que ha lucido sus maneras y actitudes de gran solista. En el programa, las tempranas dos primeras sonatas para violonchelo que Beethoven compone en 1796, entre las que intercaló el recreado sabor clásico y mozartiano de las Siete variaciones sobre el dueto “Bei Männern, Elche Liebe Ühlen”’ de La flauta mágica que el coloso de Bonn culmina en 1801, es decir, cinco años después de las dos Sonatas op. 5. Como cómplice imprescindible, el piano virtuoso y dialogante desde su sustanciada raigambre solista de Jorge Nava, nombre incuestionable del nuevo piano español.
Fue un Beethoven entendido y dicho desde sus más íntimos y hondos recovecos, nutrido por la solvencia instrumental y artística de dos músicos en plenitud, virtuosos avenidos empeñados en servir la música y disfrutar de ella. No hay espacio para la exhibición, el hueco efectismo o el lucimiento personal. Importa el arte y su poderoso universo de sentimientos y sensaciones. Dos intérpretes que, desde sus propias y diversas naturalezas, atesoran la lucidez y la generosidad empática de fundirse en la unicidad del verdadero dúo, algo que nada tiene que ver con que dos músicos toquen juntos. Beethoven puro y pura música de cámara.
García y Nava, Nava y García, se adentraron en este Beethoven temprano a través de una mirada que indagó precisamente, casi enfatizó, esos acentos en germen. Dinámicas y fraseos son extremos, y los tiempos se explayan en las dramáticas lentitudes, para subrayar un devenir que late con fuerza en el arco intenso y el teclado extremo de este feliz binomio de confluencias, sintonías y encuentro. Ya en el inmenso y dramático Adagio sostenuto que abre la primera sonata se percibió la profunda e indagadora visión que marcó este Beethoven de vivas referencias y resonancias. Como contrapunto, el radiante rondó final se sintió refulgente y cargado de vitalidad, calidad y extravertidas nitideces instrumentales.
Después, tras una versión que no olvidó la sustancia mozartiana de las Siete variaciones sobre el dueto “Bei Männern, Elche Liebe Ühlen” de La flauta mágica que el coloso de Bonn compone en 1801 –es decir, cinco años después de las Sonatas op. 5- para el conde Johann Georg Browne, llegaron como colofón los dos movimientos de la segunda de las sonatas, en sol menor, cuyo sincopado rondó final quedó realzado por los vivos acentos, pulso y empaque que le otorgaron sus artífices.
Fue el colofón sobresaliente de un recital seguido por un público maravillosamente silencioso, cuyos bravos y aplausos propiciaron que el programa se prolongase aún con el regalo oportuno de la undécima variación de las Doce variaciones sobre un tema de “Judas Macabeo” que Beethoven compuso en 1797 sobre el conocido oratorio de Haendel. Los mismos intérpretes completarán el ciclo integral de las cinco sonatas para violonchelo y piano de Beethoven el próximo mes de febrero, exactamente en el mismo espacio y serie de conciertos, promovida por el tristemente clausurado Palau de la Música de Valencia.
Revista Scherzo - Justo Romero - 2020
Entre los mejores valores del nuevo piano español, Jorge Nava (1990) ocupa lugar muy destacado. Su virtuosismo sin tapujos ni mercadotecnias, forjado cerca de nombres como Irina Efanova o Dmitri Alexeev, y musicalidad extravertida y directa así lo avalan. También los importantes premios y distinciones ya logrados en certámenes como el María Canals de Barcelona, el José Iturbi de València, el Pedro Bote de Villafranca de los Barros o el Manhattan International Cempetition. El miércoles demostró su alto rango pianístico en el recital que ofreció en Badajoz, promovido por la Sociedad Filarmónica de la capital extremeña dentro de su ciclo “Hojas de Álbum”.
El programa ya era de por sí un reto. Con dos obras tan exigentes en todos los sentidos como las Variaciones Eroica de Beethoven y la Sexta sonata de Prokofiev, obras colosales entre las que se ubicó, aprisionado casi, el secreto íntimo de La Maja y el ruiseñor de Granados. Las Eroica y su endemoniada fuga final encontraron en Jorge Nava un intérprete con músculo, poderoso y valiente, que arriesgó y salió airoso del reto de optar por una versión clara, que evitó el refugio del abuso del pedal de resonancia; cargada de contrastes y la novedosa fuerza romántica que ilumina y alienta cada una de las variaciones, coronadas por la compleja fuga que se escuchó con nitideces realmente admirables. En la memoria pululaba la versión del gran Esteban Sánchez, tan próxima a la de Nava en su aliento clarificador, virtuosístico y abierto a un mundo nuevo y prometedor.
Tras una Maja desubicada pero impecablemente dicha, que acaso no llegó a encontrar su espacio recóndito entre el impulso Beethoven y el abrasador Prokofiev de la Sexta sonata, Nava se volcó en una versión trepidante, voluptuosa, cargada de fidelidades a la partitura y de solera pianística de la gran sonata ‘de guerra’ estrenada por Sviatoslav Richter en Moscú, en 1940, y de la que desde entonces se convirtió en su más fiel y activo servidor. Nava, como Richter, penetra más allá del trepidante fulgor decibélico y ahonda en los muchos vericuetos y perfiles de los cuatro movimientos de la obra maestra. Desde el mismo virtuosismo asombroso que lució cuando en 2017 interpretó en la final del Premio Iturbi el Tercer concierto de Rachamaninov o la Toccata de Prokofiev, el joven pianista hispano-boliviano estableció con su maestría y musicalidad de altos vuelos una de las fechas cumbres de la temporada musical pacense. Como guinda al recital, “y ya que estamos en año Beethoven”, dijo embozado en la mascarilla, concluyó el recital con el regalo delicioso de las Seis escocesas (‘escocesitas’” quizá sería más adecuado) que compuso el genio de Bonn en 1806. Apenas 35 enmascarillados espectadores —máximo aforo permitido— disfrutaron del recital y propiciaron con su camerístico pero vivo aplauso la escocesita recalada.
Revista Scherzo - Justo Romero - 2019
El pianista hispano-boliviano Jorge Nava ha arrasado en la XXII edición del Certamen de Interpretación Pedro Bote, desarrollada en la muy musical localidad extremeña de Villafranca de los Barros este último pasado fin de semana. Su brillante interpretación en la fase final de una abrasadora e hipervirtuosa versión de la Rapsodia española de Liszt fue el colofón de unas intervenciones excepcionales, en las que dejó versiones también maestras de dos composiciones tan comprometidas y exigentes como la Sexta sonata de Prokofiev y las Variaciones sobre un tema de Corelli de Rachmaninov.
Alumno en Londres de Dmitri Alexeev, Jorge Nava surge, se revela y confirma como uno de los más firmes y completos valores del actual piano español. Su musicalidad, directa, versátil y certera es servida por un pianismo de primera, con unos medios técnicos excepcionales que él administra con sentido de servicio a la música, como puso de manifiesto en una interpretación referencial de las Variaciones Corelli de Rachmaninov que se emplaza entre las mejores. Como también su Sexta de Prokofiev, dicha con virtuosismo y sentido expresivo del mejor calado. Ni que decir tiene que el joven artista se alzó por unanimidad con el primer premio del veterano certamen villafranqués.
Violinista joven pero ya de sólido empaque es el hispano-taiwanés Mon-Fu- Lee, luminoso fruto de la Escuela Reina Sofía, que con magnetismo, calidad y contagiosa fuerza expresiva se alzó con el Segundo premio con interpretaciones cargadas de enjundia violinística y expresiva densidad artística de la Tercera partita de Bach, la Sonata de Franck y la Tercera de Brahms o el Concierto de Chaikovski, que contrastaron con el sabor popular y fuste violinístico con que dijo e hizo lucir el Capricho vasco de Sarasate.
Sobresaliente y bien madurado se percibió también el violín del madrileño José Fraguas, que conquistó un bien labrado Tercer premio, con interpretaciones cuidadas y hondamente planteadas de obras como el Tercer concierto de Mozart, la poco escuchada Sonata de Granados o el virtuosismo nunca gratuito con que expresó y recreó los Aires gitanos de Sarasate. A similar nivel se mostró el asombrosamente ensamblado Synthése Quartet, integrado por cuatro jóvenes artistas del saxofón que se alzaron con el Premio a la mejor interpretación de Música Española con su luminosa y pulida interpretación de un arreglo propio del intermedio de La boda de Luis Alonso. Fue la guinda de una participación sobresaliente con recaladas importantes en la música contemporánea, como la sentida y excepcional versión que brindaron de Sarajevo, obra cargada de nostalgias y evocaciones de Guillermo Lago.
Semifinalistas de esta XXII edición del Certamen Pedro Bote han sido el joven valor de la marimba Sergio Álvarez, la prometedora violinista Miriam Hontana, el clarinetista pacense Federico Kurtz y el violinista Dillon Jeffares. Promovido por el Ayuntamiento de la hermosa localidad extremeña de Villafranca de los Barros, el Certamen Pedro Bote se consolida como uno de los más sólidos y prestigiosos concursos de interpretación de la geografía española. Así lo corroboran el elevado nivel de participantes, la sustanciosa dotación de sus premios y la participación en todas las pruebas de un público tan experto como silencioso. En el nutrido palmarés de ganadores, figuran intérpretes como la violinista lituana Rolanda Ginkute, el contrabajista Joaquín Arrabal, el flautista Francisco López, el violonchelista Guillermo Pastrana o los pianistas Jonathan Floril, Raúl Canosa o Enrique Bernaldo de Quirós.
Revista Melómano - Lucía Martín-Maestro Verbo - 2018
El jovencísimo pianista boliviano-español Jorge Nava se ha impuesto a la actualidad musical como una de las mayores promesas de los últimos años. Y es que, a pesar de su edad, cuenta con una intensa carrera concertística, además de un palmarés apabullante, en el que destaca, el Primer Premio de la 11ª edición delCertamen «Intercentros Melómano».
Con Russian Portraits, Nava aborda tres titanes de la música rusa: Mussorgsky, Rajmáninov y Prokofiev. Sin duda, un trabajo complicado, no solo por la destreza técnica que implica, sino por la madurez y profundidad que requieren estos autores.
El disco está compuesto por tres obras, ofreciéndonos en primer lugar Cuadros de una Exposición, la célebre suite que Mussorgsky escribió en homenaje a su amigo Viktor Hartmann. Con su interpretación, Nava consigue trasladarnos a la Academia Imperial de las Bellas Artes de San Petersburgo, en un viaje lleno de contrastes y dinámicas, impregnado por la frescura inherente a este pianista.
Disfrutaremos de una magistral versión de las Canciones de Fantasía Op. 3 de Rajmáninov, aunque merece una mención especial la endiablada Sonata para piano Op. 83 n.º7 de Prokofiev, un broche de oro para este muestrario de glorias rusas. Del primer movimiento,disonante y perturbador, encontraremos una interpretación tan enérgica como expresiva, que hará las delicias del oyente. Un complejo segundo movimiento, Andante caloroso, que irá ganando intensidad gradualmente hasta atraparnos irremediablemente para presentarnos, súbitamente un tercer movimiento, Precipitato, mefistofélico y vertiginoso, que terminará por dejarnos sin aliento.
Las notas que David del Puerto nos ofrece en el libreto nos guiarán de forma que el resultado final del trabajo sea del todo magnífico.
www.docenotas.com - Natalia Berganza - 2017
Su juventud y capacidad hacen que se hable de él como gran promesa del piano y, efectivamente, el virtuosismo fácil y cuidado que expone en estas piezas así lo confirma, con una carrera profesional además que, desde el principio ha sido internacional y dedicada a la interpretación.
Su formación con profesores rusos parece acreditarle especialmente para este repertorio, con el cual intuimos se siente bastante cómodo. El particular aislamiento que ha sufrido el país eslavo, a lo largo de distintas épocas y por muy diferentes razones, le ha permitido desarrollar una cultura musical al estilo europeo, pero con sus singularidades. Por este motivo muchos intérpretes solo afrontan un repertorio tan específico si se han formado en la escuela rusa Una escuela pedagógica, de técnica y de interpretación que, podríamos decir, tuvo su momento álgido durante la Guerra Fría y que actualmente se mantiene por el peso de la larga tradición, quizá con unos perfiles menos definidos, probablemente debido a la apertura de fronteras y a la globalización que, por otra parte, también han servido para difundirla.
En la egregia obra de Modesto Mussorgsky, Cuadros de una exposición (quizá más conocida en la brillante versión orquestal de Ravel, pero igualmente bella y deslumbrante en ésta), encontramos a un Nava sobrio, sencillo, muy poderoso al enfrentarse a la partitura -sin hacerla nunca su enemiga-, que domina naturalmente las tesituras del piano, con un sentido del fraseo más sensible que intelectual y sobre todo con un personalísimo concepto del sonido. El oyente, el paseante imaginario de esta obra programática (en realidad el propio Mussorgsky caminando entre las pinturas de su amigo Viktor Hartmann) se desliza suavemente en la sala de exposición por los cuadros gracias a la perfección con que están descritas las imágenes; para quién no conozca cuáles son, están explicadas de forma muy práctica en las notas al disco, firmadas por David del Puerto. El pianista nos lleva a través de su sonido redondo y equilibrado por esas escalas y acordes pintorescos que recrean escenas de costumbres, personajes retratados o edificios de cúpulas doradas sobre cielo muy muy azul. Terminando la obra de forma grandilocuente, con el efectismo y la brillantez requeridos y deseados.
En las piezas de Rachmaninov encontramos al pianista aún más inspirado, de forma delicada, sin dramatismos excesivos, incluso con un toque naíf muy personal. Ordenadas de forma que la Serenade -la pieza de inspiración española- quede para el final, a modo de dedicatoria al público, el conjunto es una estupenda elección y queda muy bonito en sus manos: el sonido del piano, el suave ataque de los graves, la pronunciación de los medios, el timbre de los agudos; nos demuestra que no solo sabe poner el pedal para conseguir una tela muy sedosa y legato, también articula finamente las puntadas de la textura. La naturalidad con que consigue dominar estas obras le permite una gran capacidad para las sutilezas de dinámica y el equilibrio entre las voces. El desarrollo dramático evidente de Rachmaninov queda desgranado así por una gramática hecha aparentemente fácil e inocente, lo que resulta perfecto para esta obra maestra de juventud.
La Sonata nº 7 para piano de Prokofiev no es una obra inocente ni de juventud. Es una de sus tres sonatas llamadas de guerra (números 6, 7 y 8) compuestas durante los años 1940-1944 y la más conocida de ellas. Encontramos aquí una gramática y una retórica abiertamente opacas. Los movimientos primero y segundo son los más complejos desde el punto de vista compositivo y también interpretativo, por la profunda significación emocional que parecen querer transmitir; el tercer movimiento Precipitato resulta un final extrañamente sencillo después de todo lo escuchado. El primero, Allegro inquieto, tiene una forma clásica, pero un lenguaje contrapuntístico y cromático le da una tonalidad entrecortada y cambiante. Es más que una obra simplemente dura: es la brutalidad ejercida sobre una sensibilidad extrema, como se puede apreciar en la delicadeza sobrecogedora del segundo tema. Es una obra de difícil ejecución que, sin embargo, parece haber acompañado a Jorge Nava desde muy temprano, significativamente. Aquí nuestro joven pianista es exacto, riguroso con las articulaciones, al estilo soviético, también con el tempo. Sin embargo, esa precisión con la partitura le hace perder un poco de la fantasía que la obra necesitaría para reforzar su aspecto programático: algunos de los motivos parecen representar los ruidos atronadores de la guerra. El segundo movimiento toma como tema principal una cita de Schumann, melodía acompañada con tonos semidulces, que supone un momento de paz; en su desarrollo encontramos de nuevo el alejamiento de la cálida tonalidad, como si la belleza fuera realmente difícil de encontrar en un mundo casi sin sentido. Pero la belleza está ahí, escondida, recóndita, imaginada, soñada, deseada, pero está. Se podría pensar que el tercer movimiento es la forma que tiene Prokofiev de contentar con un final feliz a la insensible susceptibilidad política y así lo toca Jorge Nava.
Es maravilloso escuchar en una grabación actual el desliz de alguna nota que quizá no está en la partitura, y decir esto no es una mordacidad por mi parte, sino una muestra de respeto; respeto por quienes también se respetan a sí mismos y lo que hacen. La grabación es buena: el piano se escucha en su conjunto, y tiene entidad.
En definitiva, Jorge Nava es, amén de un extraordinario pianista, un intérprete potente, con un touch bellísimo, mucha intuición, tan capaz para el virtuosismo como incapaz para la rudeza y, quizá por ello, con mucho potencial para la expresividad. Le felicitamos por su nuevo disco y esperamos oírle muchos más.
Revista Musical Catalana - Lluís Trullén - 2016
Cal aplaudir el pianista Jorge Navas, un dels dos únics espanyols que va presentar-se al Concurs, i que ha arribat merescudament a les semifinals, per davant dels nombrosos pianistes japonesos i coreans i europeus que s’hi presentaven. Jorge Navas és un pianista que es troba segur amb les grans sonoritats, amb l’espectacularitat del so (magnífica versió la dels seus Quadres per a una exposició) i que, a més, sap copsar l’atmosfera d’obres tan complexes com Evocación o El puerto. Un pianista que caldrà seguir en el decurs de la seva carrera concertística.
La Verdad - Octavio de Juan - 2014
Anoten el nombre de Jorge Nava. Un joven veinteañero boliviano-español, formado en las aulas del Conservatorio Superior del Liceo barcelonés, siguiendo las clases del profesor Stanislav Pochekin, y que, de la mano de la Fundación Galindo de Calasparra, acaba de dejarnos literalmente boquiabiertos en su segunda visita al Aula de Cultura de Cajamurcia. Lo hizo con un programa dedicado en esta ocasión a la música rusa, en el que figuraban dos obras esenciales: los famosos 'Cuadros de una exposición', y la menos conocida séptima Sonata de Prokofiev, igualmente famosa en atención a sus innegables méritos artísticos, pero también por haber sido la única del trío de sonatas que con ella formaron la Sexta y la Octava, última de este tipo de composiciones, que se libró de las garras inquisitoriales del temible Andrei Zhdanov, desde su privilegiado puesto en el Comité Central del Partido Comunista.
Uno de los momentos musicales de Rachmaninov, el tercero del opus 16, completó la exhibición de este fabuloso y sensacional artista, capaz de abordar las dificultades de cualquiera de las tres obras con una asombrosa seguridad y una claridad expositiva en la que sin perder en ningún momento el hilo conductor de la música, la borda y enriquece con acentos propios y con una riqueza de matices y de sensibilidad sonora solo al alcance de quien logra un dominio absoluto del instrumento.
Daba lo mismo que el pianista deambulase por las Tullerías, por el mercado de Limoges, por las viejas catacumbas, o que contemplara el piar de los polluelos al salir de sus cascarones, por no extenderme en los restantes fragmentos de la maravillosa obra de Mussorsgky, para que todo lo pudiéramos disfrutar en unas versiones irreprochables atentas a los más mínimos detalles, para acabar rendidos ante la gran puerta de Kiev, nunca más colosal que en esta ocasión, dando fin a una interpretación que no dudo en colocarla en primer lugar entre todas las que recuerdo haber escuchado en mi ya dilatado ejercicio en la crítica musical. Si acaso podría permitirme una ligera observación, sería para proponer a este jovencísimo maestro una brevísima pausa tras el paseo inicial, es decir un poco de reposo antes de echar a andar por todo el resto de la obra.
Si la calificación valiera, pocas veces un 'cum laudem' hubiera resultado tan merecido.